domingo, 16 de noviembre de 2008

Pas encore au chapitre des monstres

Desde hace unos años desarrollo una pasión por los diccionarios, los atlas y las enciclopedias. Es una de las cosas que comparto con mi nuevo compañero de piso, Guillermo. Entre mis humildes tesoros cuento un diccionario francés-turco sin fecha de publicación, pero anterior a 1928, año en que el gobierno de Atatürk decretó la sustitución de la grafía árabe por el alfabeto latino (el mejor regalo que me ha hecho mi madre; y me consta que tuvo que despertar al vendedor de un puesto del Gran Bazar de Estambul para comprarlo); la segunda edición del Diccionario Enciclopédico Abreviado de Espasa Calpe con el que estudió mi abuelo; un único tomo —el Spanisch-Deutsch— del Slaby-Grossmann que encontré en un Antiquariat de Kreuzberg; y un Diccionario francés-español de 1895 que me han regalado recientemente mi padre y mi tía.

Pero no sólo me interesan los diccionarios y enciclopedias en sí, sino también sus hacedores. Esos Littré, Larousse, Roget, María Moliner… que acumulan palabras como si tuvieran un proyecto, cuando en realidad sufren un agudo síndrome de Diógenes me fascinan. Ellos recogen conceptos y expresiones de las conversaciones ajenas como otros recogen trastos de las calles. Y las acumulan. La diferencia, creo, estriba en que los hacedores de diccionarios las ordenan escrupulosamente. Pero la obsesión de las palabras les habita, lo prueban la multitud de anécdotas sobre sus vidas según las cuales incluso corrigen la ortografía, la gramática o la pronunciación de aquellos que van a darles muerte o que les han descubierto en compañías y posturas poco nobles. En ninguna situación dejan pasar la deshonra a las palabras.


Me gusta especialmente Buffon. Su Histoire universelle en 36 volúmenes (publicados entre 1749 y 1788) es una obra de arte de la clasificación con la que se enfrentó una y otra vez a los dogmas de la Iglesia y que sólo he podido contemplar gracias a ciertos vendedores de eBay. Buffon tenía un hijo que adoraba a su mujer, y ésta no le correspondía o le correspondía poco y mal: le era infiel. Una tarde, la nuera preguntó a Buffon: «Señor, usted que describe la naturaleza de los hombres y los animales, ¿cómo explica que a aquéllos que más nos quieren sea precisamente a los que menos queremos?». El naturalista contestó, simplemente: «Señora, aún no he llegado al capítulo de los monstruos».
I.A.

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