jueves, 18 de diciembre de 2008

Hércules, señora de la casa



Desde ayer me dedico a la corrección del libro de Michel Onfray, La escultura de sí, próxima novedad de la editorial. Aunque las labores del corrector suelen ser arduas y ofrecer pocas recompensas, en esta ocasión las horas pasan volando y el trabajo no se distingue de los placeres del juego. Las razones son dos y bastante obvias: la excelencia del texto de Onfray y la cuidadísima y elegante traducción de Irene. En el último pasaje que he leído hoy, Onfray habla de la tarea faústica de la construcción de uno mismo a través de la figura de Hércules, en la cual se resumen las destrezas más audaces y la capacidad inefable para hacer de la mera energía una potencia genésica. Me dejo seducir por una frase que transcribo inmediatamente en mi libreta de notas y citas: dice Onfray hablando del héroe griego que

 

“cada vez que derrama sangre, obtiene mujeres: singular destino, bendita época”.

 

Qué duda cabe (y ruego a las feministas, si las hubiera, que sepan leer en perspectiva). A continuación el autor repasa las proezas míticas que hacen de este personaje una metáfora de la fuerza, de la energía, del valor, del heroísmo, de la vitalidad, del dominio y de la afirmación de sí, pero recuerda que, además, Hércules poseía una naturaleza fuertemente hedonista: más allá  de ser, como antes decía, un gran consumidor de mujeres, no hacía ascos a vinos, platos y festejos. Sólido defensor de una ética de los placeres, Onfray nos recuerda, sin embargo y con sensatez, que

 

“la libido es antojadiza. Conduce a comarcas de las que se vuelve despeinado, desgreñado y sin aliento. En el mejor de los casos. En el peor nos lleva a prisiones doradas, paraísos ficticios e ilusiones tenaces. O incluso al ridículo”.

 

Y ni siquiera Hércules, aquél que fue capaz de domar a un toro blanco que se había vuelto loco y de robarle el cinturón a la reina de las amazonas, escapa a este peligro, lo que redobla la simpatía de Onfray por el héroe. La historia es impagable:

 

“Hércules ganó una competición de tiro con arco contra el rey Euritos, que había prometido su hija al vencedor y que no mantuvo su palabra. Esto enfadó a  nuestro arquero con poca correilla. Expeditivo, un poco impulsivo, es cierto, simplemente mató al hijo del rey. Lo que no arregló sus asuntos porque, a modo de castigo, de expiación, tuvo que lavar su crimen convirtiéndose en esclavo de Onfalia. Hay que imaginar a Hércules al pie de la rueca de la hilandera que, según una leyenda romana, hallaba un placer perverso en vestirlo de mujer, a él, vencedor de las más duras pruebas, mientras que ella se ponía la ropa del semidiós y enarbolaba su clava. He aquí cómo se comienza una carrera de héroe para terminar la existencia como un amo de casa. De nuevo: destino emblemático de los obstáculos y las trampas que se encuentran en el camino de quien ha optado por el heroísmo y tropieza con la mediocridad. Historia sin palabras de las biografías de todos nosotros…”

 

Ni siquiera Hércules, por tanto, fue capaz de sortear los límites de la Necesidad y los enviscamiento del Destino. Sin embargo, y por eso es un héroe y un ejemplo, consiguió abandonar los pies de la hilandera, volvió a combatir contra gigantes, atacó Esparta y volvió a casarse y a follar como si con cada gemido se le pudiera escapar para siempre el Thymós vivificador.

R.H.

 

 

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