lunes, 22 de diciembre de 2008

La crisis

Hace un par de semanas me llamó Enrique, un viejo amigo de la familia, para contarme que lo ponían en la puta calle. La imprenta para la que ha trabajado los últimos veintisiete años de su vida acaba de suspender pagos. Tras varios intentos de llegar a acuerdos con los acreedores, la imprenta se ha visto obligada, me dice Enrique que le dice su jefe, a llevar a cabo una liquidación parcial de los activos de la sociedad y a abrir un expediente de regulación de empleo. Enrique, buen lector de Epicteto y Errico Malatesta, me cuenta sin alteración alguna que no piensa ni siquiera esperar a que un juez le otorgue una indemnización: cuando pasen las navidades se irá a vivir a la Polinesia Francesa, donde unos amigos de Toulouse acaban de comprar una isla -sí, eso es, no me pregunten cómo- para fundar la SAFPS: Sociedad de Artistas Fracasados del Pacífico Sur. Creo que ha llegado el momento, me dice Enrique para finalizar nuestra conversación, de hacer un último trabajo nocturno en la imprenta. Vente esta tarde a casa y preparamos el operativo.

Enrique y algunos otros afectados por el cierre se ocuparon de la impresión y el doblado y yo localice el edificio. Entre todos desplegamos esta inmensa reproducción de la portada de El destripador de Robert Desnos que pudo verse en pleno centro de la ciudad durante varias  horas.

R.H.


jueves, 18 de diciembre de 2008

Hércules, señora de la casa



Desde ayer me dedico a la corrección del libro de Michel Onfray, La escultura de sí, próxima novedad de la editorial. Aunque las labores del corrector suelen ser arduas y ofrecer pocas recompensas, en esta ocasión las horas pasan volando y el trabajo no se distingue de los placeres del juego. Las razones son dos y bastante obvias: la excelencia del texto de Onfray y la cuidadísima y elegante traducción de Irene. En el último pasaje que he leído hoy, Onfray habla de la tarea faústica de la construcción de uno mismo a través de la figura de Hércules, en la cual se resumen las destrezas más audaces y la capacidad inefable para hacer de la mera energía una potencia genésica. Me dejo seducir por una frase que transcribo inmediatamente en mi libreta de notas y citas: dice Onfray hablando del héroe griego que

 

“cada vez que derrama sangre, obtiene mujeres: singular destino, bendita época”.

 

Qué duda cabe (y ruego a las feministas, si las hubiera, que sepan leer en perspectiva). A continuación el autor repasa las proezas míticas que hacen de este personaje una metáfora de la fuerza, de la energía, del valor, del heroísmo, de la vitalidad, del dominio y de la afirmación de sí, pero recuerda que, además, Hércules poseía una naturaleza fuertemente hedonista: más allá  de ser, como antes decía, un gran consumidor de mujeres, no hacía ascos a vinos, platos y festejos. Sólido defensor de una ética de los placeres, Onfray nos recuerda, sin embargo y con sensatez, que

 

“la libido es antojadiza. Conduce a comarcas de las que se vuelve despeinado, desgreñado y sin aliento. En el mejor de los casos. En el peor nos lleva a prisiones doradas, paraísos ficticios e ilusiones tenaces. O incluso al ridículo”.

 

Y ni siquiera Hércules, aquél que fue capaz de domar a un toro blanco que se había vuelto loco y de robarle el cinturón a la reina de las amazonas, escapa a este peligro, lo que redobla la simpatía de Onfray por el héroe. La historia es impagable:

 

“Hércules ganó una competición de tiro con arco contra el rey Euritos, que había prometido su hija al vencedor y que no mantuvo su palabra. Esto enfadó a  nuestro arquero con poca correilla. Expeditivo, un poco impulsivo, es cierto, simplemente mató al hijo del rey. Lo que no arregló sus asuntos porque, a modo de castigo, de expiación, tuvo que lavar su crimen convirtiéndose en esclavo de Onfalia. Hay que imaginar a Hércules al pie de la rueca de la hilandera que, según una leyenda romana, hallaba un placer perverso en vestirlo de mujer, a él, vencedor de las más duras pruebas, mientras que ella se ponía la ropa del semidiós y enarbolaba su clava. He aquí cómo se comienza una carrera de héroe para terminar la existencia como un amo de casa. De nuevo: destino emblemático de los obstáculos y las trampas que se encuentran en el camino de quien ha optado por el heroísmo y tropieza con la mediocridad. Historia sin palabras de las biografías de todos nosotros…”

 

Ni siquiera Hércules, por tanto, fue capaz de sortear los límites de la Necesidad y los enviscamiento del Destino. Sin embargo, y por eso es un héroe y un ejemplo, consiguió abandonar los pies de la hilandera, volvió a combatir contra gigantes, atacó Esparta y volvió a casarse y a follar como si con cada gemido se le pudiera escapar para siempre el Thymós vivificador.

R.H.

 

 

domingo, 14 de diciembre de 2008

Soy un payaso y colecciono momentos

Anteayer, por un azar que superpuso una fiesta de cumpleaños y un olvido de llaves, María se quedó a dormir en casa. El sábado por la mañana, como de costumbre, fui a comprar los periódicos y los croissants para el desayuno y María, Raquel y yo celebramos uno de los desayunos más largos del año. Primero café, luego té, napolitanas de crema, lectura compartida de suplementos, palmeritas de azúcar, más café y más té, el trabajo de unas y de otras, el libro de El Destripador que Errata acaba de publicar y las revistas en las que se ha reseñado, direcciones de Internet, música… y tanta risa y tanta complicidad.




Mientras nos reíamos, no pude evitar acordarme de esta frase de Opiniones de un payaso, de Heinrich Böll: «Ich fand es furchtbar und großartig, diesen Alltag, mit Kaffetopf und Brötchen und Maries verwaschener blauweißer Schürze über dem grünen Kleid, und mir schien, als sei nur Frauen der Alltag so selbsverständlich wie ihr Körper»*.

*No tengo la traducción castellana en casa, pero sería algo así: «Me pareció terrible y maravillosa, esta cotidianidad, con el bote del café y los panecillos y el descolorido delantal blanco azulado de Marie sobre el vestido verde, y tuve la sensación de que sólo a las mujeres la cotidianidad les resulta tan natural como su cuerpo».
I.A.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Dios-Amor-Sexo

Supongo que recuerdan aquella conocida estrategia publicitaria cuyo uso se extendió hace unos años por universidades y otros centros de esparcimiento juvenil, como por ejemplo:



¡Sexo!

Ahora que hemos llamado tu 
atención, nos gustaría anunciarte
la próxima fiesta de la JCLPC
(Jóvenes Cristianos Lectores 
de Paulo Coelho) que tendrá lugar
en nuestro local financiado por
la universidad pública el próximo
viernes 12 de diciembre.
10 euros = 2 copas  


El sábado pasado los lectores de Babelia pudieron deleitarse con un nuevo ejemplo de esta misma y distinguida táctica. El anuncio que reproduzco más abajo apareció en la página 13 del popular y desnutrido suplemento cultural, junto a la promoción del último Premio Herralde de Novela otorgado por Anagrama: 



Aplazando por el momento la discusión pendiente sobre el ingreso de María León en el canon de la novela occidental, me gustaría hacer una brevísima anotación: o bien los publicistas de Ibel (Iberoamericana de ediciones literarias) están más despistados que un pulpo en un garaje y Babelia anda realmente falto de ingresos publicitarios (ambas cosas bastante probables); o bien los publicistas de Ibel conocen su target mejor que a sus madres y el lector medio de Babelia está ya pidiendo la puntilla (ambas cosas, al menos, igualmente probables). En cualquier caso, y como le gusta citar al bueno de Silvio, sensato consigliere de Tony Soprano, no se olviden: nothing personaljust business.

R.H.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Imaginary Erotic Action / 2


La imagen que pueden ver arriba es una fotografía de Aníbal Berlín, buen amigo y mal fotógrafo. No creo que Aníbal se moleste cuando lea esto, pues como él mismo suele decir: “yo estudié derecho, cinco putos años, y en lugar de ser un fotógrafo mediocre hoy podría ser un abogado mediocre; pero en ese caso no me levantaría a las 11 de la mañana, no ganaría tanta pasta y no estaría siempre rodeado de tías buenas”. Más razón que un santo.

Aníbal vive en Phoenix desde hace años y parece que el amor aún se impone a las abrasadoras y constantes calinas de Arizona. Trabaja como free-lance para las versiones americanas de revistas como FHMMaxim Man, y de vez en cuando cuela alguna perla en otras publicaciones menos decorosas como Beach BunnyOver 40! o Leg Show. Hace un tiempo le pedí que, a modo détournement, incluyera la imagen de uno de nuestros libros en alguna de sus fotografías. Hoy Anibal me envía esta imagen y pienso que a los protagonistas de El gesto más radical no terminaría de disgustarles.

R.H.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Pas encore au chapitre des monstres

Desde hace unos años desarrollo una pasión por los diccionarios, los atlas y las enciclopedias. Es una de las cosas que comparto con mi nuevo compañero de piso, Guillermo. Entre mis humildes tesoros cuento un diccionario francés-turco sin fecha de publicación, pero anterior a 1928, año en que el gobierno de Atatürk decretó la sustitución de la grafía árabe por el alfabeto latino (el mejor regalo que me ha hecho mi madre; y me consta que tuvo que despertar al vendedor de un puesto del Gran Bazar de Estambul para comprarlo); la segunda edición del Diccionario Enciclopédico Abreviado de Espasa Calpe con el que estudió mi abuelo; un único tomo —el Spanisch-Deutsch— del Slaby-Grossmann que encontré en un Antiquariat de Kreuzberg; y un Diccionario francés-español de 1895 que me han regalado recientemente mi padre y mi tía.

Pero no sólo me interesan los diccionarios y enciclopedias en sí, sino también sus hacedores. Esos Littré, Larousse, Roget, María Moliner… que acumulan palabras como si tuvieran un proyecto, cuando en realidad sufren un agudo síndrome de Diógenes me fascinan. Ellos recogen conceptos y expresiones de las conversaciones ajenas como otros recogen trastos de las calles. Y las acumulan. La diferencia, creo, estriba en que los hacedores de diccionarios las ordenan escrupulosamente. Pero la obsesión de las palabras les habita, lo prueban la multitud de anécdotas sobre sus vidas según las cuales incluso corrigen la ortografía, la gramática o la pronunciación de aquellos que van a darles muerte o que les han descubierto en compañías y posturas poco nobles. En ninguna situación dejan pasar la deshonra a las palabras.


Me gusta especialmente Buffon. Su Histoire universelle en 36 volúmenes (publicados entre 1749 y 1788) es una obra de arte de la clasificación con la que se enfrentó una y otra vez a los dogmas de la Iglesia y que sólo he podido contemplar gracias a ciertos vendedores de eBay. Buffon tenía un hijo que adoraba a su mujer, y ésta no le correspondía o le correspondía poco y mal: le era infiel. Una tarde, la nuera preguntó a Buffon: «Señor, usted que describe la naturaleza de los hombres y los animales, ¿cómo explica que a aquéllos que más nos quieren sea precisamente a los que menos queremos?». El naturalista contestó, simplemente: «Señora, aún no he llegado al capítulo de los monstruos».
I.A.

domingo, 9 de noviembre de 2008

Great Falls

"You're going to have all these other mornings in your life when you wake up and nobody'll tell you how to feel", she said very slowly.
 
- "I know that", I said.

Richard Ford, Great Falls



All night dinner (Great Falls, Montana)

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Oshkosh, Wisconsin

Esta semana he vuelto a la lectura de Richard Ford: sin duda alguna, uno de los grandes de la literatura norteamericana actual. El libro llevaba tiempo y tiempo en el limbo de mi mesilla. Tal vez me asustaba su horripilante y tremebunda cubierta, que reproduzco para que no puedan acusarme (¿por qué seguiré usando el tratamiento de usted en este blog?) de ser hombre exagerado. Cubierta tan horripilante y tremebunda, al menos, como el lugar donde compré esta edición de Ford: Oshkosh, Wisconsin.

Visité Oshkosh en un viaje con tintes de road-movie que hice con Irene y Elvira. Recorrimos los estados de Illinois, Iowa, Minnesota y Wisconsin: un enorme maizal confederado donde no existen demasiados “puntos turísticos” y donde todo interés depende estrictamente de la mirada del viajero. Solíamos dormir en moteles donde era difícil desprenderse de la impresión de decorado cinematográfico y cada mañana elegíamos, sin demasiados datos y sobrevalorando a todas luces las virtudes del azar, la ruta del día. Un criterio de peso para cada elección era el nombre de los lugares: la belleza de los nombres. Perseverábamos, como una terna de chimpancés pre-modernos, en la idea de que alguna relación tenía que haber entre las palabras y las cosas. Y una y otra vez metíamos la gamba. Por ejemplo: Cedar Rapids creó en mi cabeza la  maravillosa imagen de un main street repleto de poetas borrachos, jugadores profesionales de poker y rubias severamente permanentadas; al llegar a aquella ciudad encontramos un lugar anodino y, para colmo, desertado y anegado tras el dramático desbordamiento del río Mississippi. De forma parecida Oshkosh nos prometía algo salvaje, genuino, frondoso, antiguo, ajeno.

Tras un breve paseo por la calles de Oshkosh localizamos una librería y nos faltó tiempo para refugiarnos allí de la melancólica mediocridad de la ciudad. Al fondo de la librería, por lo demás vulgar, un grupo de lugareñas que rondaban de media los cuarenta mantenía una suerte de tertulia literaria: imagen aterradora –espero que sepan comprenderme- que traté de obviar pero de la que a duras penas conseguí recuperarme. Ni siquiera quise saber qué libro comentaban, aunque no sé por qué imaginé que sería Las cenizas de Ángela  de Frank McCourt. Entonces, como un milagro, encontré en uno de los estantes el libro de Richard Ford que leo estos días. Salimos pitando de la librería y ni siquiera llegamos a pensar en buscar un café donde echarle un primer vistazo al libro. Regresamos directos al coche y huimos de Oshkosh como si previéramos que allí estaba por acaecer un desastre comparable a aquél cuyas huellas encontramos en los barrios enlodados y fantasmales de Cedar Rapids.

Al terminar de leer el libro de Richard Ford me topo en la última página, blanca y de cortesía, con un sello: Apple Blossom Books, Oshkosh. El nuevo encuentro con esta palabra remueve mi curiosidad y se me ocurre buscar algo en google sobre el origen de la ciudad y su nombre. Me entero de que la ciudad honra al Jefe Oshkosh de los indios Menominee. Leo que este hombre fue el responsable de la venta a los Estados Unidos de las tierras de su pueblo -4,2 millones de acres- a cambio de 620.000 dólares y unos terrenos cerca Crow Wing River destinados a la creación de una reserva. También leo, en otra página, que años después el Jefe Oshkosh afirmó que la venta se había realizado bajo presión. Al parece terminó convertido en un alcohólico, atesorando casi doscientos kilos de carne podrida por el arrepentimiento y perdiendo la vida en una pelea de borrachos, el 29 de Agosto de 1858. Pienso ahora que tal vez la ciudad de Oshkosh no sea tan distinta de la historia del Jefe Oshkosh y que tal vez, aunque sea de forma secreta y esquiva, las palabras sigan de algún modo ligadas a las cosas.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Vila-Matas en Oostende

¿Cuándo comienza algo? ¿En qué momento se pone en marcha una historia, un argumento, una intriga, cualquiera que sea?

Vila-Matas reflexiona sobre ello brevemente en su último libro, Dietario voluble. Se pregunta, por ejemplo, cuándo comienza un viaje: tal vez empiece al facturar la maleta, pero es más probable aún que fuese al hacerla o quizá incluso en el momento en que compramos el billete o cuando nos quedamos dormidos y soñamos que volamos. Curiosamente, leo esas líneas en un avión, en un avión que me devuelve a mi lugar de origen y que, por tanto, cierra, concluye un viaje. Es un viaje que probablemente empiece una historia, otra historia cuyo comienzo es sin embargo también impreciso, cuándo, de nuevo, en qué momento.


La gestación, los nueve meses, los días, el tiempo que pasa y algo va creciendo. En una de las escalas de este último viaje, en la playa de Oostende, bajo un pórtico con vistas al Mar del Norte, yo también reflexioné sobre los comienzos de Errata naturae, cuándo, de nuevo, en qué momento. Recuerdo, al principio, algo así como una curiosidad, la recepción incrédula de una idea de mi socio: ¿y si…? Me parece que durante mucho tiempo para mí la pregunta no llegó a tomar forma completamente, que tardó mucho en llegar a ser: ¿Y si montamos una editorial? Me recuerdo sentada en la cama, a más de 7000 kilómetros de distancia de Madrid, en mi pequeño y caluroso zulo martiniqués. Y deben saber que el calor me impone una mayor distancia ante las cosas, una pesantez que me impide tomármelas plenamente en serio, que no les permite instalarse con seriedad en mi cerebro. Tal vez por eso fueron necesarias muchas conversaciones telefónicas, ese hilo que nos unía en la distancia, a pesar del mar, de tanto mar. La gestación. Y luego vino otro avión, otro avión de vuelta. Y el aeropuerto, y el nacimiento, y nuestros monstruos y nuestros libros.

I.A.

jueves, 30 de octubre de 2008

Reyes Mate en Encuentros de lecturas



José Torreblanca publica esta semana en la revista Encuentros de Lecturas un excelente artículo sobre La herencia del olvido, la última novedad de Errata naturae editores. Antes de dar paso al texto, corto y pego la frase de Auden, a la que sigo dando vueltas, que abre este sitio altamente recomendable dedicado a la literatura y el ensayo:

 

Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter.

 

 La Herencia de olvido, Reyes Mate

Adentrarse en la lectura de los diez ensayos recogidos en La herencia del olvido, que publica Errata naturae, no es una tarea exenta de riesgos. Uno de ellos no es, desde luego, el que pueda provenir de la dificultad de su lectura sino todo lo contrario. Aunque la escritura del autor es siempre densa, y más en estos ensayos en los que está contenido, para quien lo conoce, gran parte del pensamiento de Reyes Mate, el placer de la lectura está asegurado. Su estilo tiene la claridad que, como cortesía del filósofo, preconizaba Ortega y Gasset. La brillantez del autor y su capacidad para transmitir su convicción y su implicación personal en las ideas que defiende pueden ser fascinantes.

 

El riesgo no proviene por tanto de la dificultad de la lectura sino de todo lo contrario. Llevados por una argumentación tan convincente, y fascinados por un autor cuya trayectoria vital es absolutamente coherente con su obra, podemos tardar en darnos cuenta de que se nos va a terminar llevando a plantearnos cuestiones, como el papel de Dios o la religión, que sólo parecen estar de moda en nuestros días entre los cultivadores del pensamiento fundamentalista. Un posible lector, no advertido, que esté instalado cómodamente en su laicidad, y no digamos si forma parte del denostado laicismo excluyente, experimentará según progrese en la lectura de La herencia del olvido sucesivos sobresaltos. El autor, pese a ser persona tolerante, e incluso experto en tolerancia, no está dispuesto a tolerar una lectura curiosa o indiferente. Sólo permite una lectura comprometida. El riesgo en el que incurrimos, por tanto, es el de tener que pensar.

 

De los diez ensayos que integran la obra, son los siete postreros los que recogen el pensamiento fuerte del autor dado que los tres primeros están dedicados a relatar su experiencia iberoamericana, una experiencia que dada la profesión del autor es una experiencia filosófica. Su lectura bien merece la pena no sólo por lo que tienen de entrañables recuerdos personales sino porque al aparecer la memoria de la América precolombina y de la conquista con su carga de atrocidades y olvido ofrecen los primeros atisbos de cómo en el pensamiento de Reyes Mate están siempre presentes "los olvidados" de antes, y los de ahora como los que dan título a la película de Buñuel, pensamiento que se desarrolla en profundidad en los siete ensayos siguientes.

 

En estos tiempos en que se trata de recobrar la memoria de unos muertos en un tiempo y en un espacio tan delimitados como el de la guerra y la posguerra civil española, se nos propone un programa tan ambicioso que puede llegar a ser estremecedor. La memoria que hay que recobrar es la de todos los vencidos de la historia. El sufrimiento infinito de tanto inocente debe pesar sobre nuestras espaldas y obligarnos a preguntarnos por su razón.

 

El sufrimiento de los vencidos no pertenece sólo a una historia lejana. El sufrimiento de tanto inocente queda bien escenificado en el siglo XX, y adquiere con el exterminio del pueblo judío un carácter tan atroz que obliga a preguntarse por la razón de tanto sufrimiento, y sobre todo qué hacer con él salvo que se opte por encogerse de hombros y pasar página.

 

Y es en este punto del relato cuando el posible lector, que hasta aquí no había cuestionado los valores de la ilustración, la razón y el progreso en los que probablemente se ha educado, y que se declara laico y por tanto partidario de que la religión se desenvuelva en el ámbito privado, experimentará el primer sobresalto.

 

Reyes Mate, y con él un grupo, nada desdeñable en cantidad y calidad, de filósofos y escritores que ha reflexionado sobre el totalitarismo nazi, el antisemitismo y los campos de exterminio, muchas veces desde su experiencia personal, coinciden no sólo en la crítica a la ilustración sino que la hacen responsable directa o indirectamente del fracaso que para la humanidad representa el genocidio. Y al hilo de la argumentación que sustenta esas afirmaciones el lector es invitado “a repensar a la laicidad”, dado que “en Auschwitz se hace visible la laicidad”, para a continuación enfrentarle con temas que ponen en relación " fascismo y ajusticiamiento de Dios", "Auschwitz y la fragilidad de Dios", o tratan "del lugar de la religión hoy" o en los que se habla de "redención" o "mesianismo"

 

Decir que los planteamientos citados son sugerentes sería casi una frivolidad. Son planteamientos que exigen una respuesta comprometida en el acuerdo o en el desacuerdo. Negarse a dialogar con Reyes Mate al compás de la lectura de sus ensayos es negarse a hablar de los condenados de la tierra. En cualquier caso un punto de acuerdo es siempre posible. La razón compasiva en torno a la que giran estos ensayos puede muy bien tener raíces cristianas pero ha podido ser asumida comprometidamente por lo mejor de una izquierda que no ha renunciado a ser laica y progresista.

 

José Torreblanca


sábado, 25 de octubre de 2008

En el polígono


Cuando llegamos al polígono eran las seis y diez de la mañana. Pilar venía de fiesta con medio gramo en el cuerpo, sus tacones fucsias de Mango y el maquillaje rehecho. Se quitó los zapatos y se encaramó al andamio como un gato, donde la seguí no sin esfuerzo.

-   No lo entiendo –me dijo de repente con un tono que se encaminaba a buen paso hacia el reproche-. 

-    ¿El qué?

-     Lo de  Bolaños.

-     Bolaño. ¿Qué no entiendes?

-     Lo de elegir escritores para cometer un delito o lo que sea.

-     

-     ¡¡Joder Rubén!! Y por qué me cuentas eso… ¡Entonces que coño pinto yo aquí pegando el puto cartel de la editorial, si sabes que el único libro que me he acabado es El código Da Vinci!

-     No te rayes, Pili, estás muy pedo –le dije, tratando estúpidamente de adaptar mis palabras a su lenguaje y de obviar la sagacidad de las suyas. Pasado un instante le acaricié el pelo a la altura de la nuca, en un gesto fallido-

Ayer, cuando volví a la imprenta tras varias semanas, vi que habían retirado el andamio y que el cartel, sorprendentemente, sigue allí.

R.H.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Deseo del Monstruo

"El hombre tiene siempre el deseo de algún objeto monstruoso. 
 Y su vida sólo tiene valor si la somete completamente a esta persecución".

 Jean Giono, Pour saluer Melville.

 

Supongo que Errata naturae, esta editorial poblada de monstruos, es a día de hoy, para bien y para mal, la respuesta más certera que he sido capaz de concebir para las palabras de Giono.


R.H.

sábado, 18 de octubre de 2008

Sobre el destino

Hacía varios días ya que se me había colado en la cabeza, con tintes de presagio y de catástrofe, la frasecita de Samuel Beckett:

        “Algo está siguiendo su curso”.

Instigado por el irlandés, agarré el volumen que contiene el discurso Sobre el destino de Cicerón, pensando que tal vez allí se dijese algo interesante sobre ese otro “algo”. Había comprado el libro meses atrás pero hasta hoy no había llegado ni siquiera a echarle un vistazo, de modo que retiré el plástico que lo envolvía –o “condón”, según la jerga libresca que me enseña mi amiga Ángela- y hojeé las páginas buscando el comienzo del texto. Lo que encontré, sin embargo, fue un cadáver. Lo reproduzco en la siguiente imagen, a media altura y a la derecha del texto.





¿Cómo llegó la criaturilla insectil a hallar la muerte en este pasaje ciceroniano? Lo ignoro. En cualquier caso, la sospecha habitual de que comprar un libro es tanto como llevarse a casa un féretro se convirtió en una intuición objetiva. No me quedó más remedio que tomar al bicho por un auspicio y me dispuse a leer el fragmento que señalaban sus restos como si de la admonición de una sibila se tratara:

 

“Dijo que Sócrates era estúpido y lerdo, porque no tenía hundidos los hoyos de la clavícula; decía que tenía esas partes obstruidas y cerradas; añadió también que era un mujeriego, ante lo que -según se dice- Alcibíades sufrió un ataque se risa”.

 

         Tras unos minutos ante el espejo a mí tampoco me aparecen los jodidos hoyos por ningún lado y tengo mis dudas sobre la posición real que ocupa la clavícula en mi cuerpo. Sin perder la esperanza, intento hallar en la segunda parte del fragmento señalado por el mosquito, allí donde Alcibíades se ríe de la incompatibilidad entre el sabio y las bondades de la mujeres, el mensaje cifrado que el texto, sin duda, me ofrece. Me enfrasco en nuevas cavilaciones y trató, una vez más y como siempre en vano, de situarme a mí mismo entre los polos arquetipos del filósofo y del erotómano. Pienso, como tantas otras veces, en la paradójica aliteración de la ascesis y el exceso que, los pocos que me conocen bien, saben que me define tanto como me deshace. Veo desfilar no sólo a Sócrates, sino también, y sin orden alguno, a Epicuro, a Pasolini, a Deleuze, a Séneca y a Restif de la Bretonne. Entro en barrena, para variar. Y de repente, sintiéndome aún más inútil, caigo en la cuenta de mi error: me doy cuenta de que Alcibíades no se reía de la flagrante incompatibilidad entre el destino del sabio y los placeres de nuestras Venus, sino del hecho de que a Sócrates, para desgracia de la pobre y temperamental Jantipa, le gustaran más los nabos que las chirlas (excuse my French). Me río a gusto de mí mismo durante un buen rato, para desconcierto y alarma de Bergman, mi perro, y veo cómo, a medida que se relaja la mandíbula, lo que sea que esté siguiendo su curso empieza a importarme un poco menos.  


R.H.

martes, 14 de octubre de 2008

De travers

«Tenía la heroica manía bella de lo derecho, lo recto, lo cuadrado. Se pasaba el día poniendo bien, en exacta correspondencia de líneas, cuadros, muebles, alfombras, puertas, biombos. Su vida era un sufrimiento acerbo y una espantosa pérdida. Iba detrás de familiares y criados, ordenando paciente e impaciente lo desordenado. Comprendía bien el cuento del que se sacó una muela sana de la derecha porque tuvo que sacarse una dañada de la izquierda.
Cuando se estaba muriendo, suplicaba a todos con voz débil que le pusieran exacta la cama en relación con la cómoda, el armario, los cuadros, las cajas de las medicinas.
Y cuando murió y lo enterraron, el enterrador le dejó torcida la caja en la tumba para siempre».
«El recto», Juan Ramón Jiménez.

Acabo de terminar mi mudanza. Es un decir, claro, porque todavía quedan algunas cajas por desembalar, los libros están colocados tan solo de manera provisional en las estanterías —aún sin orden, aún sin concierto— y me faltan cosas por traer. Pero ya he mudado de hogar. He venido con plantas y perro: la flora y la fauna, que constituyen, junto con los libros, mi mayor aportación a esta casa. Así que esto va en serio.
Entre los libros he encontrado el que contiene este cuento y he ido directamente a buscarlo, para recordar el impacto que produce y la eterna inquietud en la que nos sume esa última línea. Eterna como la muerte.
Pero no es ése el único motivo por el que transcribo este cuento. Cuando lo releí, el microrrelato también se me antojó un eco de Diógenes enterrado boca abajo, esperando a que el mundo se volviese del revés (Véase la entrada del 9 de octubre de este blog). Y he querido contestar a mi socio con otro muerto mal enterrado. ¿Cómo será el mundo después de que al recto lo entierren torcido?
Sin embargo, tampoco es ésa la razón más profunda por la que cito este cuento. De la misma manera que el recto entiende la historia de las muelas, yo siempre he comprendido bien este relato. También tengo manías de rectitud, pruritos de simetría, ansias de correspondencia y linealidad. Desde pequeña, he de admitirlo. Ahora bien, nunca lo había entendido tan penetrantemente como ahora. Como ahora que me encargo de la corrección de los libros de la editorial, quiero decir. Atender a los cortes de palabra, las líneas viudas y las huérfanas, la correspondencia de las citas, la unificación de los acentos… es mucho peor que ocuparse de los cuadros, los muebles y las alfombras que, al fin y al cabo, tienen un número más limitado y que, una vez colocados, nos permiten un merecido, aunque breve, remanso de tranquilidad.
Sepan, por tanto, que cualquier errata que escape a mi examen y que finalmente aparezca en nuestros libros la siento como la última línea de este cuento, como esa caja torcida en la tumba para siempre.


Nota de aquélla a la que, si gustan, pueden empezar a llamar «la recta»: la negrita que aparece en el cuento es mía y es un guiño personal, no le busquen las vueltas…

I. A.

domingo, 12 de octubre de 2008

Imaginary Erotic Action / 1

La mujer de la fotografía se llama Joanna. Hizo sus pinitos en el porno y después decidió montárselo por su cuenta. Cuando cogimos cierta confianza me confesó, con un gesto melancólico, que tenía dos clítoris, y yo le conté que dirigía una editorial repleta de monstruos. Le propuse que, si aceptaba fotografiarse con un cartel promocional de nuestro próximo libro, Pere Portabella. Hacia una política del relato cinematográfico, me acostaría con ella sin cobrarle nada. Se río y le pidió al camarero dos buñuelonis más, largos de ginebra; después me dijo que le encantaría posar para la editorial y que lo haría de manera generosa.

R.H.

jueves, 9 de octubre de 2008

Consejos escatológicos

- JENÍADES: "¿Cómo querrás que te enterremos?"
- DIÓGENES: "Boca abajo."

- JENÍADES: "¡¿Por qué?!"

- DIÓGENES: "Porque en breve va a volverse todo del revés."


D. Laercio 
Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres

 
R.H.

domingo, 5 de octubre de 2008

El sexo en el mundo del arte

Todos tenemos un pasado. Yo, por ejemplo, antes de ser editor frecuenté durante un tiempo el mundo del arte. ¿Qué quiere decir esto? Poco, la verdad. Por ejemplo: que cuando visitaba la Feria de ARCO siempre había gente que me saludaba por los pasillos y otra gente a la que saludaba yo, a veces sin tener muy claro ni siquiera quienes eran. Año tras año recorría la Feria con el crítico Javier Fuentes Feo —cuya compañía y análisis eran para mí lo mejor de cada evento— y año tras año Javier y yo concluíamos, sin llegar nunca a saber porqué, que ARCO es puro sexo. Tal vez fuese la jodida moqueta de la que tanto se sigue hablando y sus inextinguibles emisiones de electricidad estática. O tal vez fuéramos nosotros… El caso era que a través de aquel laberinto de paneles móviles abarrotado de objetos y obras tan poco deseables, ambos creíamos respirar un gas inodoro y hormonado, y nos encontrábamos incesante y anormalmente atraídos por un sinfín de mujeres del mundillo: galeristas, artistas, críticas, historiadoras del arte e incluso, y apostando fuerte, coleccionistas. Sin embargo, tras cada feliz cruce de miradas —que, reconozcámoslos, eran más bien escasos— no podíamos dejar de preguntarnos: ¿merecerá la pena dar rienda suelta a los irrestrictos reclamos de la carne?, ¿qué influencia podrá tener esta unión en nuestras velocísimas carreras profesionales?, ¿qué riesgos asumiremos, y en que grado, al compartir lecho o letrina con alguna representante de los distintos sectores del mundo del arte? ¡Ay! proceloso mar de dudas el que atravesábamos cada año en aquel recinto ferial… Qué bien nos hubiera venido contar con un cuadro sinóptico en el que se describieran los niveles de aceptabilidad y peligro que entrañan las relaciones sexuales entre miembros del ramo profesional del arte. Un cuadro como el que aparece en el Manual de estilo del arte contemporáneo  (Tumbona Ediciones) que leo estos días, escrito por Pablo Helguera, Jefe de Programación Educativa del Museo Guggenheim de Nueva York, y que reproduzco como contribución al difuso savoir vivre de las nuevas generaciones.

R.H.

 

jueves, 2 de octubre de 2008

Mafia meditatio

    Vania?
    Yeah.
    It’s me. I got some trouble.
    Something serious?
    Fuckin’ Marco Aurelio again…
    ‘Be there in twenty minutes.

 

 

Agradecí, una vez más, su inmediata disponibilidad y colgué el teléfono. Vania es un latinista de origen ruso que tuvo algunos problemas en su país y ahora vive refugiado en Vallecas. Trabaja para esta cosa nuestra a la manera del Sr. Lobo de Tarantino, sólo que viste como Christopher Moltisanti. Al llegar a mi casa sacó su ejemplar en latín de las Meditaciones como si fuera un calibre 38, y nos pusimos a ello.

 

Le expliqué que había pasado la semana leyendo a Marco Aurelio en la edición castellana de Alianza a cargo de Bartolomé Segura Ramos. Desde el principio, le dije, me pareció una edición demasiado exigua en las notas y con una traducción que resultaba dudosa en más de un fragmento. Sin más preámbulos le señalé a Vania la frase que, finalmente, hizo saltar la liebre en mi cabeza:

 

«Aunque reventasen, no por ello dejarán de hacer las mismas cosas» (Marco Aurelio 8, 4).

 

 

Reconozco que fue mera intuición, pero me resultó un pasaje demasiado destemplado, desdeñoso, exento de la magnanimidad y la benevolencia propias del estilo del emperador-filósofo. Vania abrió su ejemplar y buscó las verdaderas palabras del romano:

 

«Nihilominus eadem facient, etiamsi tu ruptus fueris.»

 

Tras un minuto de reflexión, la traducción de Vania ponía las cosas en su sitio: «Que no menos harán las mismas cosas, aunque tú revientes». Ciertamente, seguía siendo un pasaje inusualmente brusco, pero, con esta interpretación, el que corre el riesgo de reventar eres tú y no ellos, que es de lo que debe uno preocuparse y lo que le importa a Marco Aurelio. Conviene olvidarse, por tanto, de las habladurías, los chismorreos y los desafueros de los otros, porque esta cosa nuestra bastante tiene con preocuparse y poner orden entre los suyos.

 

    Anyways... told you a thousand times: Use the fuckin’ Gredos Edition!!

 

     Yeah, you’re right, I will. What about the truck?

 

    Monday, Play Station 3, around two hundred. Want me to save you one?

 

    Why not…

R.H.