martes, 27 de enero de 2009

Errata naturae en Qwerty



El 20 de enero, el crítico Sergi Sánchez recomendó nuestro libro Pere Portabella. Hacia una política del relato cinematográfico en el programa Qwerty de Barcelona TV.

I.A.

lunes, 26 de enero de 2009

Las nuevas reglas de Dave Eggers

«No sé por qué me ha tocado a mí contaros esto, pero bueno, ahí va: si no compráis por lo menos diez libros al año, os alcanzará un rayo o se os llevará por delante un autobús. Es la nueva regla. Sí señor. Probablemente, os enviarán un comunicado oficial por correo muy pronto, pero, por ahora, os lo digo yo. Diez libros al año, o el autobús o el rayo, cualquiera de los dos muy doloroso y probablemente mortal.





¿Os parece que la regla es un poco severa? Bueno, quizá. Algunos pensarán que sí, pero, de todas formas, esa gente no estará entre nosotros mucho tiempo, porque todos los que se quejen de la nueva regla serán destripados por los osos. De nuevo, no es idea mía —¡soy tan sólo el mensajero!—, pero así es. Sin embargo, no entiendo por qué os preocupáis. Simplemente, comprad los diez libros al año y no os quejéis y no os alcanzará o atropellará nada, ni os sacarán las tripas los osos. No parece tan complicado, de verdad. Además de esto, aseguraos de que compráis los libros adecuados, o si no, alguien vestido con un cardigan os empujará desde un edificio. De nuevo, nada por lo que preocuparse: simplemente, comprad los mejores libros, no los malos, o si no os pasaréis la vida mirando por encima del hombro. Y, de todos modos, así no se puede leer, así que todo encaja».

Dave Eggers, escritor y fundador de la editorial McSweeney's

Traducción de I.A.

martes, 13 de enero de 2009

Defensa frente a un articulista arbitrario

A cuenta de la publicación de un libro con mi nombre en la cubierta, Pere Portabella. Hacia una política del relato cinematográfico, se me acusa desde las páginas de Cahiers du Cinéma-España de ser «digresivo», de tener una «visión difusa y borrosa» y de «carecer de rigor». No me preocupa tanto esta crítica, que prescinde de toda argumentación, como aquello que podría indicar: que alguien piense que estoy ascendiendo, muy a mi pesar, en algún tortuoso e ilusorio escalafón a costa de sus intereses. Es la única razón que hallo para tanta y tan vana animadversión. 

En primer lugar, «digresivo» no puedo ser porque la palabra «digresivo», al menos en castellano y en sus diccionarios, no existe. Según parece únicamente los investigadores pueden ser acusados de «carecer de rigor», y no aquéllos que reseñan su trabajo. Es normal, por otra parte. Leamos, en cualquier caso, al articulista: «el estudio de Rubén Hernández resulta bastante más digresivo [sic] a pesar de definirse como un ensayo». Tal vez en realidad el articulista quiso escribir «el estudio de Rubén Hernández resulta bastante más digresivo ya que se define como un ensayo». Dedico varias páginas del libro a establecer la relación, tanto etimológica como histórica, entre las nociones de digresión y ensayo. O el articulista lo entendió todo al revés o simplemente no las leyó. Es curioso: son las primeras páginas del libro y definen metodológicamente todo el proyecto.

En segundo lugar, «visión difusa y borrosa». Leamos: «su frecuente alejamiento metodológico y conceptual del objeto de estudio deja a éste, demasiadas veces, en un segundo plano y ofrece, a pesar de sus innegables aciertos, una visión difusa y borrosa del mismo». Presupongo, para dar sentido a esta frase, que el articulista estima que mi objeto de estudio es el cine de Pere Portabella. Sorprendente. En el primer párrafo del libro y en su contracubierta sostengo que el cine de Portabella es un vehículo para llevar a cabo una reflexión general sobre la relación entre lo estético y lo político en el ámbito del relato cinematográfico. Esta relación es en última instancia, como se expone de forma meridiana, mi objeto de estudio a través del cine de Portabella, entre otros. A continuación aclaro que éste es el motivo por el cual el ensayo no sólo se ocupará del cine de este autor, sino también del cine de Epstein, Buñuel, Eisenstein, Marinetti, Godard, Debord, Pasolini o Rocha, todos ellos protagonistas de esta misma cuestión. Considero absolutamente injusto que el libro sea desahuciado por no ser aquello que, desde su mismo inicio, anuncia que no será. En cualquier caso, no me arrepiento de no haberle hecho llegar a este articulista el plan de mi investigación y mi planteamiento metodológico para que él confeccionara el libro a su gusto.

En tercer lugar, «carente de rigor», ya que en un pasaje del libro escribo erróneamente el apellido de un investigador: Torres por Torrell. Es más, dice el articulista: «No parece de recibo criticar varias opiniones de Josep Torrell y, durante un par de páginas, cambiar su apellido por el de Torres».  Es cierto: ese error invalida todas las argumentaciones detalladas que hago de cara a proponer una visión diversa a la que tiene Torrell sobre los finales de las películas de Portabella, argumentaciones que el articulista decide obviar. Además y más allá del juego tendencioso y poco noble, el articulista obvia, por supuesto, que el nombre está bien escrito en el resto de pasajes del libro, en todas las notas a pie de página y en la bibliografía. «El rigor debe notarse también en estos pequeños detalles». Concluye con esta última línea y de forma climática su texto el articulista, tratando de proponer este error tipográfico como ejemplo del pretendido descuido general del libro. Mis disculpas, en cualquier caso, para el señor Josep Torrell.

Por supuesto, ni una sola palabra sobre cualquiera de las propuestas, planteamientos, análisis, averiguaciones o líneas de investigación que  aparecen en el libro, por lo demás y para desgracia de algunos, voluminoso.  

No soy, ni mucho menos, reacio a las críticas. Hace pocos meses, y en relación a otro libro, recibí una bastante dura, pero absolutamente justa, escrita por Manuel Rodríguez Rivero y publicada en Babelia. Al día siguiente, como él mismo podrá atestiguar, le escribí una carta para agradecerle que me hiciera ver esos errores.

Me temo que el trabajo hecho por este articulista no es obra de un profesional: ha dejado demasiadas pistas sobre la escena del crimen. No merece por tanto, ni siquiera, que se le nombre. 

R.H.


viernes, 9 de enero de 2009

La soledad de las noches de invierno


Los Reyes Magos nos dejaron en el Diario ABC la selección de Pasar el invierno de Olivier Adam como "Libro de la semana". Éste es el Artículo que lo presenta firmado por Inés Martín Rodrigo:



Si Olivier Adam comienza este libro de relatos con una frase del músico francés Dominique A («Y decir que ni siquiera habremos pasado el invierno»), a nadie le hubiera extrañado que el padre del llamado realismo sucio, Raymond Carver, hubiera dado comienzo a sus «Tres rosas amarillas» con un extracto sacado de alguna canción del «Big Time » Tom Waits.

Y es que a este francés nacido en la periferia de París en 1974 y que debuta en España con «Pasar el Invierno» (Errata naturae) alguno se atreve a compararlo con el autor que (entonces, ahora y siempre) deja sin aliento a aquél que se acerca a la dolorosamente bella lectura de «Tres rosas amarillas».

El sabio refranero español dice que las comparaciones son odiosas, pero poco tiene que objetar el joven Olivier ante semejante piropo. Un halago que le sitúa en la primera división literaria de las letras francesas, donde obtuvo el Premio Goncourt de Relato en 2004.

Cuatro años después de su publicación en tierras galas «Pasar el invierno» aterriza en nuestro país de la mano de una colección muy especial de la editorial Errata Naturae. La Oveja Vegetal es el expresivo nombre al que responde el conjunto de novelas que evoca la literatura como «nuestra legendaria realidad: la imprescindible capacidad humana para fabular lo real». Y fabular su propia realidad es lo que Olivier Adam hace con magistral soltura a lo largo de nueve intensos relatos con un denominador común: todos transcurren en una noche invernal.


La soledad de las noches de invierno

Nueve largas noches de invierno protagonizadas por hombres y mujeres pero, sobre todo, por la soledad. La inmensa soledad que preside las vidas de cuantos se aferran a la invención de la cotidianidad para evitar caer al abismo de su propio precipicio. Cegados por el dolor y anestesiados por las drogas (como buen hacedor del realismo sucio, los personajes de Adam emplean con acostumbrada frecuencia las sustancias más nocivas y calmantes para el corazón humano), los protagonistas se van dejando vivir aferrados (casi enganchados) a su propio sufrimiento.

Con constantes referencias al más urbano de los contextos (el cineasta Maurice Pialat, Fatboy Slim o The Chemical Brothers hacen virtuales cameos en alguno de los relatos), Olivier Adam se desenvuelve con avidez y soltura en el terreno más escabroso de la exsitencia humana. Desciende a los suburbios de las relaciones personales entre padres e hijos, empleados y jefes, parejas, amigos, desconocidos... y de ese descenso consigue sacar una extraña belleza. La misma que desprende la realidad cuando se observa de cerca, sin filtros expiatorios.

Si bien en el libro de Raymond Carver el último de los relatos daba nombre a la novela, «Tres Rosas Amarillas», en el caso de Olivier Adam «Pasar el invierno» no responde al título de ninguna de las historias en concreto pero está presente en todas de forma global. Pasar el invierno, afrontar el cambio de estación, sobreponerse al dolor de la pérdida, asumir el fracaso como parte del trato de estar vivo, mirar hacia adelante cuando el pasado te persigue, disipar el miedo experimentando cada nueva sensación... Todos ellos ingredientes del debut en castellano de un autor al que, definitivamente, veremos en primavera.