martes, 13 de enero de 2009

Defensa frente a un articulista arbitrario

A cuenta de la publicación de un libro con mi nombre en la cubierta, Pere Portabella. Hacia una política del relato cinematográfico, se me acusa desde las páginas de Cahiers du Cinéma-España de ser «digresivo», de tener una «visión difusa y borrosa» y de «carecer de rigor». No me preocupa tanto esta crítica, que prescinde de toda argumentación, como aquello que podría indicar: que alguien piense que estoy ascendiendo, muy a mi pesar, en algún tortuoso e ilusorio escalafón a costa de sus intereses. Es la única razón que hallo para tanta y tan vana animadversión. 

En primer lugar, «digresivo» no puedo ser porque la palabra «digresivo», al menos en castellano y en sus diccionarios, no existe. Según parece únicamente los investigadores pueden ser acusados de «carecer de rigor», y no aquéllos que reseñan su trabajo. Es normal, por otra parte. Leamos, en cualquier caso, al articulista: «el estudio de Rubén Hernández resulta bastante más digresivo [sic] a pesar de definirse como un ensayo». Tal vez en realidad el articulista quiso escribir «el estudio de Rubén Hernández resulta bastante más digresivo ya que se define como un ensayo». Dedico varias páginas del libro a establecer la relación, tanto etimológica como histórica, entre las nociones de digresión y ensayo. O el articulista lo entendió todo al revés o simplemente no las leyó. Es curioso: son las primeras páginas del libro y definen metodológicamente todo el proyecto.

En segundo lugar, «visión difusa y borrosa». Leamos: «su frecuente alejamiento metodológico y conceptual del objeto de estudio deja a éste, demasiadas veces, en un segundo plano y ofrece, a pesar de sus innegables aciertos, una visión difusa y borrosa del mismo». Presupongo, para dar sentido a esta frase, que el articulista estima que mi objeto de estudio es el cine de Pere Portabella. Sorprendente. En el primer párrafo del libro y en su contracubierta sostengo que el cine de Portabella es un vehículo para llevar a cabo una reflexión general sobre la relación entre lo estético y lo político en el ámbito del relato cinematográfico. Esta relación es en última instancia, como se expone de forma meridiana, mi objeto de estudio a través del cine de Portabella, entre otros. A continuación aclaro que éste es el motivo por el cual el ensayo no sólo se ocupará del cine de este autor, sino también del cine de Epstein, Buñuel, Eisenstein, Marinetti, Godard, Debord, Pasolini o Rocha, todos ellos protagonistas de esta misma cuestión. Considero absolutamente injusto que el libro sea desahuciado por no ser aquello que, desde su mismo inicio, anuncia que no será. En cualquier caso, no me arrepiento de no haberle hecho llegar a este articulista el plan de mi investigación y mi planteamiento metodológico para que él confeccionara el libro a su gusto.

En tercer lugar, «carente de rigor», ya que en un pasaje del libro escribo erróneamente el apellido de un investigador: Torres por Torrell. Es más, dice el articulista: «No parece de recibo criticar varias opiniones de Josep Torrell y, durante un par de páginas, cambiar su apellido por el de Torres».  Es cierto: ese error invalida todas las argumentaciones detalladas que hago de cara a proponer una visión diversa a la que tiene Torrell sobre los finales de las películas de Portabella, argumentaciones que el articulista decide obviar. Además y más allá del juego tendencioso y poco noble, el articulista obvia, por supuesto, que el nombre está bien escrito en el resto de pasajes del libro, en todas las notas a pie de página y en la bibliografía. «El rigor debe notarse también en estos pequeños detalles». Concluye con esta última línea y de forma climática su texto el articulista, tratando de proponer este error tipográfico como ejemplo del pretendido descuido general del libro. Mis disculpas, en cualquier caso, para el señor Josep Torrell.

Por supuesto, ni una sola palabra sobre cualquiera de las propuestas, planteamientos, análisis, averiguaciones o líneas de investigación que  aparecen en el libro, por lo demás y para desgracia de algunos, voluminoso.  

No soy, ni mucho menos, reacio a las críticas. Hace pocos meses, y en relación a otro libro, recibí una bastante dura, pero absolutamente justa, escrita por Manuel Rodríguez Rivero y publicada en Babelia. Al día siguiente, como él mismo podrá atestiguar, le escribí una carta para agradecerle que me hiciera ver esos errores.

Me temo que el trabajo hecho por este articulista no es obra de un profesional: ha dejado demasiadas pistas sobre la escena del crimen. No merece por tanto, ni siquiera, que se le nombre. 

R.H.


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