miércoles, 4 de febrero de 2009

Michel Onfray: Nietzsche, Venecia, la locura y la música

«Y yo encontré mi hilo de Ariadna en las palabras que Nietzsche escribió a Peter Gast durante una estancia en Venecia: “La última noche volvió a traerme, mientras estaba parado en el puente de Rialto, una música que me conmovió hasta las lágrimas, un viejo adagio tan increíblemente antiguo que parecía no haber habido ningún otro adagio anterior a él”. Después de la luz, los perfumes, la energía y la gracia, era preciso que la ciudad fuera musicalizada, entre el madrigal y el aria de ópera. Tan inaccesible como una orquestación, tan fugaz como un eco de armonía. Venecia: canto profano con el que Dioniso pueda bailar y tomar la forma de Zaratustra.

En la ciudad de Monteverdi, Nietzsche y Gast (el amigo del filósofo, un músico al que debemos una ópera cuyo título es Los leones de Venecia) ponen a punto el manuscrito de Aurora, libro genovés en su factura, pero que durante mucho tiempo se tituló Ombra di Venezia. Más tarde piensan, juntos, un libro sobre Frédéric Chopin. Nietzsche lee a Georges Sand, Gast estudia las partituras y ambos tocan las piezas en el piano. Me gusta imaginar, bajo los dedos del filósofo, el Estudio Op. 10 nº 12 en do menor, un allegro con fuoco —la expresión musical del genio nietzscheano, de su cualidad y su destino—. Brío, potencia, fuerza y desesperación: esta obra del opus 10 es una tempestad que prefigura el final de los viajes de Nietzsche.



La mano izquierda expresa el eterno retorno de lo trágico, el carácter implacable del negro fondo sobre el que se inscriben nuestros hechos y gestos: es una trama nocturna; la mano derecha es voluntariosa: muestra, en acto, las tentativas para arrancarse al aturdimiento, los ensayos por escapar al propio destino. La línea se quiebra por una ruptura del ritmo, resplandores de esperanza y un poco de paz. Amenazas, todavía, en el registro grave, antes de la caída que hace pensar en las frustraciones de la falta de conclusión. Dioniso triunfa absolutamente sobre Apolo, de manera total, hasta en las consecuencias más dramáticas. Ya tiene cita con la locura: el filósofo camina hacia la sinrazón —el estudio de Chopin muestra lo que queda por recorrer y qué abismo se abre al final del camino—. Nietzsche no sabe que está escuchando la prefiguración de su propio desmoronamiento. Mientras tanto, vuelve a su pensión, bien en casa Fumagalli, en Fenice, bien en Albergo San Marco, a una habitación que da a la plaza San Marcos. Siempre solitario, habitado por los pensamientos y preocupado por los aforismos en curso, les pisa los talones a las almas muertas que también transitaron el laberinto Veneciano».


Fragmento del libro de Michel Onfray La escultura de sí. Por una moral estética, última publicación de Errata naturae.
I.A.