sábado, 27 de septiembre de 2008

La Otra Revolución




Encendí la televisión y me encontré con la mirada alciónica e intimidante de Pedro Piqueras. En el contraplano apareció su entrevistado para el informativo de la noche: Benicio del Toro.

 

     «¿Y no le parece a usted que la película, basada de forma casi exclusiva en los escritos del Che, resulta finalmente parcial?» —inquirió Piqueras

 

El bueno de Benicio —que probablemente se había pasado con los canutos en el camerino y olvidó la respuesta que le mandó por fax la productora para atajar este tipo de preguntas— simuló que sopesaba su contestación. Alzó la mano hasta el mentón, se revolvió en la silla buscando una postura más propicia, ventiló unas cuantas interjecciones más bien arrítmicas y volvió a cruzar las piernas… Bellísimo tiempo muerto televisivo en pleno prime time:

 

     «Eh… Umm… Vamos a ver… Que si es parcial, me pregunta… Pues…. Yo no diría que… Pero bueno, no sé… sí, supongo que es parcial» —dijo finalmente como quien reconoce que lleva un lustro sin declarar el IVA.

 

¿Y qué si una película es declaradamente parcial en su juicio sobre un hecho histórico? ¿Y qué si defiende, por ejemplo, que la Revolución Cubana fue en su día uno de los proyectos colectivos más bellos del siglo? ¿Y qué?

El problema no es la parcialidad ideológica de un discurso, en este caso fílmico (¡cómo si alguno pudiera no serlo!), sino la malversación de los datos históricos con los que se nutre. En resumen: hacer pasar gato por liebre, que es lo que ocurre en diversos momentos de esta biografía cinematográfica del Che. Veamos.

La película de Soderbergh construye un relato ágil, ameno e interesante del proceso de la Revolución, pero para ello soslaya o evita todas las contradicciones o aporías que constituyen igualmente la realidad histórica de la que nos da cuenta. El objetivo de esta evitación es doble:

 

a/ Soderbergh quiere promover una imagen coherente, cerrada y perfectamente comprensible de la Revolución, como hace el cine de Hollywood —salvo contadas excepciones— con todos los temas que aborda.

 

b/ Soderbergh quiere ceñir un proceso histórico enormemente complejo a los estrechos márgenes de la técnica compositiva de guión que ampara el canon hollywodiense (primacía aristotélica de la acción como desencadenante y esqueleto del relato, progresión dramática de los acontecimientos, identificación del espectador con el héroe, peripecia y agnición de éste, historia de amor idealizada…)


Sin embargo, ni en la vida ni en la revolución las cosas son tan simples. Como muestra un botón. Hacia la mitad del metraje, con la guerrilla ya bien instalada en la Sierra Maestra, dos hombres desertan de una de las columnas del Che. Al espectador se le informa de que, en su huida, han robado a unos campesinos pobres de solemnidad y han violado a la hija adolescente de otro. Finalmente, la guerrilla los encuentra y el propio Che se encarga de impartir justicia. Delante de los dos hombres, ambos arrodillados ante el pelotón de fusilamiento, el Che los acusa de latrocinio y violación, autorizando una muerte que, de cara al espectador —y más allá de sus creencias personales sobre la pena de muerte— no resulta del todo injusta. La realidad histórica, sin embargo, era muy distinta y es obviada por la película. ¿En qué sentido digo que la realidad histórica era distinta? ¿Y por qué es aquí enmascarada?

En la imagen reproduzco mi ejemplar de Escritos y discursos I de Ernesto Che Guevarapublicado por la Editorial de Ciencias Sociales de La Habana e impreso por la Unidad Productora 10 «Raimundo Carmona» en Agosto de 1977, «Año de la Institucionalización», según su patriótico colofón. En él encontramos un largo texto titulado «Guerra de guerrillas», en el que se basa, tal como recordaba Pedro Piqueras, la práctica totalidad del argumento del filme. El escrito consiste en una suerte de híbrido entre el manual del guerrillero y el diario del comandante, y al revisar mis subrayados confirmo que es aquí donde se expone, de forma contundente y según las leyes auspiciadas por la justicia revolucionaria, que la deserción de la guerrilla se paga de forma automática con la muerte (recordemos que un desertor es siempre un informante potencial del enemigo). Es otras palabras: que esos dos hombres, aunque no hubieran robado ni violado, aunque simplemente hubieran sido dos chicos de dieciséis años arrepentidos de haberse llegado a la sierra y la guerra, habrían sido ajusticiados igualmente. Entonces ¿por qué Soderbergh nos hace ver, de forma engañosa y falaz, que el motivo de la pena capital es un robo o una violación y no la mera y simple deserción, como sabemos que ocurrió realmente en numerosos casos a lo largo del proceso revolucionario? Resulta evidente: ver al Che encajándole un proyectil en el cráneo a un guerrillero arrepentido al que aún no le salió la barba habría distanciado al espectador del héroe. Y esta distancia por supuesto sirve para pensar una realidad —en su terrible complejidad, en su aspereza intolerable—, pero no para pasar un buen rato.

Continuemos un poco más. Pocas secuencias después vemos una escena gemela a la de este primer ajusticiamiento, situada en esta ocasión en un cuartel del ejército del dictador Batista. Allí, ante las noticias del avance inexorable de la guerrilla, un joven soldado deja su fusil en el suelo, proclama su abandono del cuerpo y se encamina hacia la puerta del recinto. Antes de llegar al umbral y sin mediar palabra su superior le descerraja un tiro en la nuca: «en este ejército la deserción se paga con la vida» —advierte, tal vez tarde, y vuelve a enfundar su pistola. Lo interesante es pensar que, en la realidad de aquel proceso histórico, la lógica y la ley era la misma para los dos bandos: deserción = pena de muerte. Soderbergh, sin embargo, sólo nos muestra esta realidad, tan cruel como necesaria, en relación a uno de los dos bandos, reforzando así de forma engañosa la superioridad moral de los unos sobre los otros. De este modo, al no mostrar con claridad este mismo horizonte de espanto del lado de la guerrilla, se soslaya una de las  paradojas propias de todo proceso de transformación violenta de la realidad: la necesaria creación de víctimas inocentes como peaje del progreso social y político.

Podríamos hablar de otros muchos ejemplos: ¿acaso aparecen reflejados en la película los comandos de la guerrilla que el propio Che denominaba «pelotones suicidas» —y no me entretengo en explicar su función más que problemática desde un punto de vista ético—? ¿Es que en algún momento se propone una reflexión sobre el lugar del que emana la llamada «justicia revolucionaria» que legitima buena parte de las acciones que se nos presentan? Todo lo contrario. La película se afana por evitar toda problematización real del proceso histórico. El espectador es secuestrado desde un punto de vista emotivo gracias al proceso de identificación con el depurado héroe protagonista, mientras su capacidad reflexiva es sistemáticamente liquidada. En resumen: la definición opuesta a todo cine verdaderamente político.

El cine político que nos hace falta es otro: uno que nos impulse a pensar con valentía las revoluciones pasadas y a crear con audacia las revoluciones futuras, que deberán ser fundamentalmente distintas —nómadas, acéfalas, microscópicas—. Es necesario otro cine político a través del cual repensar, por ejemplo, la figura del Che: lo eminente, lo ejemplar, lo bello, pero también lo atroz.

Finalmente, la guinda de la banalidad la encontramos en el cartel promocional que he reproducido al comienzo. Si al terminar de leer este párrafo vuelven arriba con el ratón verán que el eslogan publicitario de la película, con uso incluido del imperativo, nos llama a unirnos a la revolución. No sé a qué revolución se refiere, pero ni siquiera como détournement contrarrevolucionario tiene la cosa mayor industria.

R.H.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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No se encuentra el sentido si le falta la mitad.

Anónimo dijo...

Dejando a un lado la marihuana y el cola-cao, respecto de los cuales desconozco los hábitos de Benicio del Toro..., lo cierto es que la promoción de esta peli no es algo que el tipo se haya trabajado en exceso, que digamos.

Como ejemplo añadido a este post, copio abajo el link de youtube a uno de los videos de esta promoción, que tampoco tiene desperdicio (es largo, pero basta ver el primer minuto, y vale la pena).

En este caso el video correspode al telediario de 'Noticias Cuatro': Imagen de la película en la que, desde el estrado de Naciones Unidas, el Che lanza su famosa proclama “nuestra lucha es una lucha a muerte”, y en un esfuerzo intelectual (que seguro no se le ha valorado lo suficiente al redactor del telediario) se da paso al video con la frase “a muerte se ha involucrado también Benicio del Toro en esta película”, y acto seguido comienza el corte de la entrevista, con la, por otro lado no menos ‘atrevida’ pregunta, “¿por qué el Che?”

A lo que el bueno de Benicio responde literalmente:

“Prrrrrrruuuuu....... ¿por qué el Che..? Porque.......... porque es un personaje.....pru... (risa) ¿por qué el che......? yo.... vamos a empezar de nuevo...(dice mirando al técnico de cámara...)... ¿por qué el Che......? (palmada) (“ni palabras tiene para explicarlo”, apunta la reportera...) tenía......... mucho sentimiento”.... (remata finalmente el actor...)

http://es.youtube.com/watch?v=6JD9bG1e_8A

Enhorabuena por este blog que sin duda, seguiré.

LM.