martes, 14 de octubre de 2008

De travers

«Tenía la heroica manía bella de lo derecho, lo recto, lo cuadrado. Se pasaba el día poniendo bien, en exacta correspondencia de líneas, cuadros, muebles, alfombras, puertas, biombos. Su vida era un sufrimiento acerbo y una espantosa pérdida. Iba detrás de familiares y criados, ordenando paciente e impaciente lo desordenado. Comprendía bien el cuento del que se sacó una muela sana de la derecha porque tuvo que sacarse una dañada de la izquierda.
Cuando se estaba muriendo, suplicaba a todos con voz débil que le pusieran exacta la cama en relación con la cómoda, el armario, los cuadros, las cajas de las medicinas.
Y cuando murió y lo enterraron, el enterrador le dejó torcida la caja en la tumba para siempre».
«El recto», Juan Ramón Jiménez.

Acabo de terminar mi mudanza. Es un decir, claro, porque todavía quedan algunas cajas por desembalar, los libros están colocados tan solo de manera provisional en las estanterías —aún sin orden, aún sin concierto— y me faltan cosas por traer. Pero ya he mudado de hogar. He venido con plantas y perro: la flora y la fauna, que constituyen, junto con los libros, mi mayor aportación a esta casa. Así que esto va en serio.
Entre los libros he encontrado el que contiene este cuento y he ido directamente a buscarlo, para recordar el impacto que produce y la eterna inquietud en la que nos sume esa última línea. Eterna como la muerte.
Pero no es ése el único motivo por el que transcribo este cuento. Cuando lo releí, el microrrelato también se me antojó un eco de Diógenes enterrado boca abajo, esperando a que el mundo se volviese del revés (Véase la entrada del 9 de octubre de este blog). Y he querido contestar a mi socio con otro muerto mal enterrado. ¿Cómo será el mundo después de que al recto lo entierren torcido?
Sin embargo, tampoco es ésa la razón más profunda por la que cito este cuento. De la misma manera que el recto entiende la historia de las muelas, yo siempre he comprendido bien este relato. También tengo manías de rectitud, pruritos de simetría, ansias de correspondencia y linealidad. Desde pequeña, he de admitirlo. Ahora bien, nunca lo había entendido tan penetrantemente como ahora. Como ahora que me encargo de la corrección de los libros de la editorial, quiero decir. Atender a los cortes de palabra, las líneas viudas y las huérfanas, la correspondencia de las citas, la unificación de los acentos… es mucho peor que ocuparse de los cuadros, los muebles y las alfombras que, al fin y al cabo, tienen un número más limitado y que, una vez colocados, nos permiten un merecido, aunque breve, remanso de tranquilidad.
Sepan, por tanto, que cualquier errata que escape a mi examen y que finalmente aparezca en nuestros libros la siento como la última línea de este cuento, como esa caja torcida en la tumba para siempre.


Nota de aquélla a la que, si gustan, pueden empezar a llamar «la recta»: la negrita que aparece en el cuento es mía y es un guiño personal, no le busquen las vueltas…

I. A.

0 comentarios: