domingo, 5 de octubre de 2008

El sexo en el mundo del arte

Todos tenemos un pasado. Yo, por ejemplo, antes de ser editor frecuenté durante un tiempo el mundo del arte. ¿Qué quiere decir esto? Poco, la verdad. Por ejemplo: que cuando visitaba la Feria de ARCO siempre había gente que me saludaba por los pasillos y otra gente a la que saludaba yo, a veces sin tener muy claro ni siquiera quienes eran. Año tras año recorría la Feria con el crítico Javier Fuentes Feo —cuya compañía y análisis eran para mí lo mejor de cada evento— y año tras año Javier y yo concluíamos, sin llegar nunca a saber porqué, que ARCO es puro sexo. Tal vez fuese la jodida moqueta de la que tanto se sigue hablando y sus inextinguibles emisiones de electricidad estática. O tal vez fuéramos nosotros… El caso era que a través de aquel laberinto de paneles móviles abarrotado de objetos y obras tan poco deseables, ambos creíamos respirar un gas inodoro y hormonado, y nos encontrábamos incesante y anormalmente atraídos por un sinfín de mujeres del mundillo: galeristas, artistas, críticas, historiadoras del arte e incluso, y apostando fuerte, coleccionistas. Sin embargo, tras cada feliz cruce de miradas —que, reconozcámoslos, eran más bien escasos— no podíamos dejar de preguntarnos: ¿merecerá la pena dar rienda suelta a los irrestrictos reclamos de la carne?, ¿qué influencia podrá tener esta unión en nuestras velocísimas carreras profesionales?, ¿qué riesgos asumiremos, y en que grado, al compartir lecho o letrina con alguna representante de los distintos sectores del mundo del arte? ¡Ay! proceloso mar de dudas el que atravesábamos cada año en aquel recinto ferial… Qué bien nos hubiera venido contar con un cuadro sinóptico en el que se describieran los niveles de aceptabilidad y peligro que entrañan las relaciones sexuales entre miembros del ramo profesional del arte. Un cuadro como el que aparece en el Manual de estilo del arte contemporáneo  (Tumbona Ediciones) que leo estos días, escrito por Pablo Helguera, Jefe de Programación Educativa del Museo Guggenheim de Nueva York, y que reproduzco como contribución al difuso savoir vivre de las nuevas generaciones.

R.H.

 

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Soy la tímida otra vez.
Sólo so digo que voy a colgar ese cuadrito en mi nevera.
Besos